Hallé la bondad de tu vicisitud
en la frescura del aire, a media tarde,
deliciosos, esperando en su virtud
cuatro lustros de exultante juventud
al final de cada pierna interminable,
tangible tu sencillez en cada paso,
perenne tu candidez de obra maestra,
abriéndose la entraña en cualquier caso
de un éxito aún mayor que mi fracaso
y tu genio servido como muestra,
ahora crisálida levántate y huye
y vuelve mariposa de luces demoníacas,
aquí y allí repartiendo tu perfume,
sensual sobre nosotros brota y fluye
la antesala de tu danza afrodisíaca,
ahora águila imperial en tu mirada
al acecho, sin rubor y exuberante,
pasea tenue tu porte de cebada,
tu cadencia real, noble, pausada,
el látigo que conforma tu paisaje,
ahora armada de rasgos de serpiente
enrédate en su alma acorazada,
hipnotiza sinuosa el recipiente
de su espacio de macho impertinente
para invadir su esencia acobardada,
ahora felina repleta de tus dones
con caricias a tu víctima atraviesas
en cuerpo a cuerpo desigual de corazones,
como un arca de gozos y pasiones
y el insulto de tu delgadez sobre tu presa.
Yo espectador del ritual, enajenado,
recabo las precisas coordenadas
que escapan de cada boca y por mi lado
pasean con afín criterio exagerado
desbordando de mi deseo las coartadas,
y solo sabrán de mi alegría por tu causa
el dolor me lo guardo y lo soporto,
mi destino en el itinerario de tu sable
senda cruel de mis torpes subterfugios
de mi yo siempre real, siempre mutante,
no comprendo por mucho que me esfuerce
y nada me hace más daño que la duda,
incertidumbre destilas rica y pura
tormento que meriendo aunque reviente,
alimento para seguir en tu aventura.
Juan E. Uceda